La poesía de Manuel López Azorín (1946) es síntesis y sintaxis del mapa de la vida. Sus poemas son endechas dirigidas a la curación interior y se nos presentan como exordio del capítulo central de la existencia humana, la arquitectura de la emoción, la luz, la claridad. Toda su obra está atravesada por una querencia o aspiración que se resume en la necesidad de dar y darse. Sin el amor y el desamor el poeta es un ser desvalido. Agustín de Hipona, hombre de tránsitos emocionales turbulentos, invitaba a una celebración del amor sin control: ama y haz lo que quieras. Pero el poeta, los poetas, no forman parte del paraíso. Vagan como seres malditos, no sólo por haber sido expulsados de la República de Platón, sino porque su tránsito errante conforma ese mundo de miedos, tumbos, fatigas, horizontes y esperan-zas que es la vida. Lo es para todos los humanos, pero el poeta tiene la gracia (y la desgracia) de advertirlo. De ahí, su condena. De ahí, su salvación.
Este libro es un tratado sobre, ante, contra, de, desde la depresión, esa muerte lenta que cerca y cercena toda esperanza, una situación a la que se enfrenta el poeta, el cuidador, quien procura que el paciente, sujeto y objeto de la ceguera del desánimo, se conduzca o reconduzca hacia la luz, hacia la visión total, hacia la vida: «Los poetas de luz siempre están vivos», nos dice López Azorín en otro de sus libros. Por todo ello, Baluartes y violines es un manual de pedagogía vital, un tratado de terapia de alma y cuerpo, recomendable para el conocimiento de la mente y recurso y discurso en las facultades de Medicina, Psicología, Enfermería y Farmacia.